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El terruqueo a Sagasti

Por: Umberto Jara
MNC Medios

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Tengo enormes distancias con el Partido Morado. Y en general, como la mayoría de peruanos, distancia y desconfianza con la política nacional. Pero desde hace años tengo una convicción: una de las peores barbaridades para una sociedad es aquella de re-escribir la historia. He publicado varios libros sobre episodios de la historia reciente del Perú. Una de mis motivaciones fue ver de qué manera grosera se tergiversaban hechos concretos.

Primero, fue el fujimorismo atribuyéndose la victoria contra Sendero Luminoso cuando aquel fue el trabajo de un pequeñísimo y heroico grupo de policías. Después, vino el toledismo con su Comisión de la Verdad y Reconciliación empeñados en construir una sesgada versión de la tragedia causada por el terrorismo. A quienes osábamos discrepar nos lanzaban su jauría de esbirros periodísticos. Al final, ese informe tiene el lugar que le corresponde: es una pieza de archivo absolutamente ajena a la reconciliación. Así, en general, existen sujetos con falso prestigio que utilizan posiciones de poder político o informativo para falsear, tergiversar, o re-escribir la Historia sin respeto a lo realmente acontecido.

Escribo esta introducción porque veo que se difunde, con interés descalificador, la versión de que Francisco Sagasti ocupará la Presidencia de la República con el supuesto baldón de haber sido poco menos que un “fan del terrorismo”. Se refieren a un episodio acontecido en diciembre de 1996 y señalan que, cuando fue rehén del MRTA en el episodio de la captura de la residencia del embajador del Japón, Sagasti le pidió un autógrafo al cabecilla terrorista Néstor Cerpa Cartolini.

Es una versión que no es cierta. Durante largos meses me tomé el afán de entrevistar a rehenes para escribir el libro Secretos del túnel publicado, por vez primera, hace trece años. En la página 28 consigno este hecho:

“Ese viernes en los preámbulos de la liberación de treinta rehenes, al economista Francisco Sagasti, colaborador de la revista Caretas, que había escrito un minucioso diario, se le ocurrió, con un legítimo sentido periodístico, pedirle a Cerpa que estampe su firma en un pedazo de una caja de cartón del agua mineral Fuji. Cerpa le escribió una dedicatoria: “Para el Sr. Sagástegui (sic) con todo respeto”. Era un recurso de oficio periodístico para llevar a su redacción algún elemento del cautiverio. Sin embargo, unos quince rehenes confundieron el sentido de las cosas y formaron una cola para pedirle un autógrafo al cabecilla de los secuestradores”.

El dato lo corroboré a través de dos personas con gran calidad personal y veracidad. La publicación de ese cartón con el autógrafo se efectuó en el semanario Caretas. No lo busqué a Sagasti para evitar un testimonio subjetivo en mi relato. En el libro Secretos del túnel me atreví a relatar la historia de los Comandos Chavín de Huantar soportando los insultos del toledismo y cierto sector de la izquierda empeñados en negar el heroico mérito de quienes salvaron 72 vidas arriesgando las suyas.

No conozco personalmente a Sagasti. Escribo esto porque me harta esa tendencia difundida en nuestro país de hurgar en el pasado de una persona buscando el dato descalificador como si esos rebuscadores fueran, en sus propias biografías, tan virtuosos, tan inmaculados y tan perfectos. Lo hacen con furor ahora que existe Google. Antes de Internet no se tomaban el afán de ir a una biblioteca o a un archivo y recurrían al miserable recurso del chisme: “Me han dicho que este hombre…”.

Sobre Francisco Sagasti tengo sentimientos encontrados. De un lado me da la impresión de ser un hombre sensato y, al parecer, sereno si nos guiamos de su primer discurso esta tarde en el Congreso. Pero, de otro lado, me genera desconfianza por su pertenencia al Partido Morado que, en esta crisis, dejó caer su máscara al reconocer explícitamente que buscaban el retorno del corrupto Martín Vizcarra. También me genera dudas Sagasti cuando veo a su lado a esa ambiciosa nada que es Julio Guzmán o a gentuza como el vividor de la política Gino Costa.
Ahora bien, en una coyuntura grave como la que vivimos abrigo la esperanza como ciudadano de que, una vez en Palacio de Gobierno y consciente del cargo que asume y el abismo en que está nuestro país, Francisco Sagasti entienda que no está ahí por ser hombre del Partido Morado. Espero, como muchos, que tenga la lucidez para entender que no llegó a la Presidencia de la República por mérito de los morados sino por un vacío de poder generado por el clamor de las calles.

Si Sagasti entiende que nada le debe al Partido Morado logrará comprender algo muchísimo más importante: que el azar de la historia lo puso donde está para ocuparse de un país que está a la deriva. Si entiende eso y se dedica a gobernar sin cálculos electorales y sin intereses partidarios, entonces se vestirá de decencia y, si hace las cosas desde la perspectiva de gobernante de un país en crisis, se irá de Palacio entre aplausos y gratitudes.

Un hombre como Sagasti, a sus 76 años, tiene ya su biografía escrita. El destino le ha dado el privilegio de escribir su último capítulo al frente de un país. Solo él es dueño de la decisión que marcará, para siempre, su lugar y su imagen en la Historia. No lo entendió Pedro Pablo Kuczynski, quien arribó a la presidencia de la República a los 78 años. Y ahí está habitando para siempre en el desprecio de los peruanos.

Francisco Sagasti ha sido elegido. Ahora le toca, a él, elegir su destino.