Una vieja leyenda nos dice que;
existía un pueblo, cuyos habitantes eran, casi todos, muy prósperos; prósperos en todo el sentido de la palabra, en sus sembríos, en sus cosechas, en sus negocios… y, así como eran prósperos, también eran vanidosos, egocéntricos, malos… de pronto, cierto día, vino al pueblo, un anciano lleno de harapos, la cara sucia, al igual que todo su cuerpo; el anciano, comenzó a recorrer todo el pueblo, iba casa por casa, tocando la puerta, presentándose y pidiendo que tengan misericordia de él, que le regalasen algo de comer o un poco de agua, pero, nadie le hizo caso; ya cuando el anciano estuvo por retirarse del pueblo, llegó a la última casa que había en él, ésta era una casa cuyos habitantes eran bastante humildes, cuando la señora abrió la puerta y vio al anciano todo cansado y quejumbroso, inmediatamente le hizo entrar a casa, le preguntó que qué deseaba, y éste le respondió que un poco de comida; ella, con un poco de pena, decidió matar la única gallinita que tenía, preparar un poco de caldo y dárselo al anciano. Al momento en que la anciana terminó de cocinar, el anciano le dijo que él no comería nada, que bastaba con que le traigan unas cuantas flores del campo, y que ella y sus hijos deberían comer todo lo que ella había preparado; una de las hijas de la señora, fue por las flores y se las dio al anciano, quien, mientras la familia disfrutaba de ese caldo calientito, él no dejaba de oler el aroma de sus flores. Una vez que terminaron la cena, el anciano dijo a la mujer, que ella sería la única que sobreviviría, que una gran tormenta se aproximaba al pueblo, como castigo por no haberlo atendido; que se vaya, ella y sus hijos, a lo más alto de la montaña, que allí encontraría una casa abandonada para ellos, con un gallinero en la parte trasera; que lleve sus cosas y, que las plumas de su gallina, no las bote, sino que las lleve y las riegue en el gallinero. La señora hizo todo lo que el anciano le dijo; subió a la parte más alta de la montaña, encontró la casa, ingresó en ella, hizo dormir a sus hijos y regó las plumas en el gallinero, ella, ella no quiso dormir, porque quiso ver si aquello que el anciano le había dicho, era cierto; de pronto, como a media noche, vio como una nube blanca se acercaba sobre el pueblo y, efectivamente cayó una fuerte tormenta durante toda la noche; al día siguiente, lo único que la señora logró divisar, desde su nueva casa, era una extensa laguna, sobre lo que era el pueblo, y, cuando fue a su gallinero, vio que todas las plumas que tiró la noche anterior, se habían convertido en gallinas, pollos y gallos.

Esa es la leyenda, que amablemente nos contó, un botero, cuyo nombre lamento no haber anotado en mi bitácora; mientras nos paseaba por la extensa Laguna de Pomacochas. Sí, este fin de semana, tuve la magnífica oportunidad de tomar mis maletas e iniciar mi tradicional viaje de cumpleaños; no, no es un ritual ni una cábala, como afirman algunos por allí, es simple hecho de querer viajar, de desconectarme de todo, y de darme licencia para disfrutar de unos días libres.

Este año, el destino elegido fue Pomacochas (anteriormente llamada, “Laguna de los Pumas”; ello a razón de que, durante muchos años, los pumas que vivián en los alrededores venían a beber de sus aguas), es cierto que este destino lo elegí faltando algunas semanas antes de salir de vacaciones, pues mi primer punto era Trujillo; sin embargo, no me arrepiento, ni en lo más mínimo, de haberlo elegido. Llegar a Pomacochas, desde Moyobamba, es súper fácil y cómodo, apenas y nos separa cuatro horas en combi. Hubo dos razones, quizás tres o un poco más, por las que elegí este sitio; por su extensa laguna, porque tiene un hotel con un mirador precioso hacia la laguna, porque me daban la facilidad de pescar en la laguna y porque, aunque no había más propuestas turísticas (sitios cercanos a conocer), me daba la tranquilidad que necesitaba.

Mi estancia aquí, ha sido bastante reconfortante; partiendo porque me hospedé en un hotel muy simpático, Hotel el Mirador del Puma (de la familia Cubas), que como les dije en el párrafo anterior, algunas de sus habitaciones tienen una mirada privilegiada hacia la Laguna, yo elegí la de vista panorámica, entonces, cada vez que despertaba, lo primero que hacía era mirar hacia la laguna y disfrutar de su amanecer o de su atardecer, disfrutarla todo el tiempo. Fui a navegar sobre ella, también por un precio módico, desde que ingresé, Walter, uno de los guardianes del complejo turístico, en construcción, me dio la bienvenida y absolvió mi duda más importante, esa de que si podía pescar en ella, -claro, ven, no más, no hay problema, aquí te esperamos-; mi navegación sobre la laguna, fue en uno de esos botes (hecho con latón) descubierto, estuve acompañado por un grupo de padres que venían de excursión desde Chota; media hora sobre ella, que pareció más tiempo, fue suficiente para conversar con los otros navegantes, disfrutar de la paz que brinda el recorrido, escuchar esa leyenda de las que les conté al inicio y promocionar mi tierra, Moyobamba (los excursionistas, pasarían allí luego).

Como les dije, aquí vine para pescar en la laguna, ya anteriormente lo hice en la Laguna Azul del Sauce, de manera que experiencia tenía; pero, cada lugar tiene sus propias costumbres y aquí, aquí se pesca con papa, nada más no cometan la misma torpeza que cometí, la papa debe ser cocinada y no cruda. Gracias a la pesca, conocí a Saul, un muchachito que cursa el quinto de primaria y, que ve a la pesca como una diversión; también he conocido a Piero y a Ney, ambos estudiantes de secundaria; allí estábamos los cuatro, pescando lo que se podía en el puerto; conocí a otro grupo de chicos, a quienes tampoco pregunté su nombre, pero que me hicieron probar un poco de coca con anisado. Fueron dos jornadas pesqueras, en la segunda, conocí a don Segundo y sus amigos, él, don Segundo, tuvo la amabilidad de pescar algunos pejerreyes para mí; me compartió su coca y su traguito, ideal para combatir el frío de esa tarde; realmente fueron muy amables, los recordaré siempre, les hablaré de ellos a mis nietos y nietas.

Sobre mi visita a Pomacochas, hay mucho que contar, pero, ya les dije lo más importante, al menos para mí, y, esta columna no es mi diario. Si me atreví a contarles sobre este lugar es porque anhelo que lo visiten, pero que de verdad lo hagan; vengan y naveguen sobre ella, vengan y anímense a quedarse, al menos, una noche; vengan y disfruten de su clima, que es un poco frío si, pero que se disipa con el calor de la gente; vengan y aventúrense a pescar en ella, aunque sólo sea por deporte (es decir luego devuelves los pescaditos a la laguna); vengan y disfruten de sus quesos, tienen variedad y barato, también tienen yogurt y manjar blanco; viajen, viajen y conozcan su Perú, para que así lo puedan amar con más fuerza.

Culmino esta columna, que hoy se ha vuelto en turística, con una frase que encontré en el embarcadero de la Laguna Pomacochas <<…viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas…>>.

Simplemente KAJOVEPI
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